Con motivo del “Día internacional de las personas cuidadoras” que se celebró el 5 de noviembre, hacemos un repaso a la ponencia que nuestra compañera Arantza Yubero, psicóloga en Proyecto Hombre Madrid, realizó en las “Jornadas de salud mental en los médicos de la Comunidad de Madrid” organizadas por el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid (ICOMEM) los días 26 y 27 de octubre.
Cuando se quiebra quien cuida
Mi madre me ha recordado muchas veces que, con 3 años, me llevó por primera vez al colegio. El primer día, yo, feliz y tranquila, parecía que observaba todo a mi alrededor con curiosidad. En medio de aquel barullo, llegó otra niña llorando desconsolada de la mano de su madre, y la mía le dijo: “No te preocupes, que mi hija se encarga”. De inmediato me indicó “Dale la mano a esta niña para entrar al cole y cuídala”. Cincuenta años después, Pilar me sigue recordando que dejó de llorar al coger mi mano. Cincuenta años después, yo sigo obedeciendo el mandato materno: “Cuida”.
Esto no pasaría de ser una mera anécdota, si no fuera porque detrás de muchos profesionales sociosanitarios se esconde una historia en la que el mandato de cuidar, más o menos explícito, está presente. Quien cuida está pendiente de las necesidades de los otros: poner nombre a la enfermedad, comprender sus mecanismos, calmar el dolor, informar de los avances y contratiempos, curar… Quien cuida lo hace con todo lo que tiene y lo que es. Quien cuida es percibido por el que requiere ser cuidado como una fuente inagotable de respuestas, de recursos y de fortalezas. Y en la mirada del otro, el cuidador, se convierten en nuevos mandatos hacia si mismo: sé fuerte, sé perfecto, no abandones, no tardes, no te rindas…
Muchos de los profesionales sociosanitarios que han estado y están en la primera línea de combate de la COVID-19, sienten que esta enfermedad y el modo de gestionarla, así como las sucesivas decisiones políticas sobre el modo de gestionar la sanidad, les han arrebatado aquello que les permitía ser lo que son: cuidadores y cuidadoras, así como hacer aquello para lo que la vida y la profesión les ha formado: cuidar. Y se rompen. Nos rompemos.
Y todo ello se traduce, entre otras cosas, en aumento de enfermedades psicosomáticas, trastornos ansioso-depresivos, incremento de la ingesta de sustancias psicoactivas, abandono de la profesión, y también en suicidios. No olvidemos que, “la tasa de suicidio del personal médico es casi el doble que el de la población general, un 1,3 respecto al 0,3%” (Redacción Médica, octubre 2022).
A ti, ¿quién te cuida?
No hablamos de la ausencia de los apoyos que las instituciones, la administración, los colectivos de psicología, los cercanos… les hayan podido dejar de brindar. Hablamos de la vivencia subjetiva. «A ti, ¿quién sientes que te cuida?» «Nadie». Porque, ¿quién está dispuesto a escuchar un día tras otro lo que se ha vivido y lo que vives a diario? Sostener al que sostiene: ese es el reto constante.
¿Qué podemos hacer?
A nivel macro
- Realizar un análisis sobre cuáles son los elementos que han motivado la situación en la que se encuentra el colectivo profesional de la salud.
- Favorecer el trabajo en redes no sólo para la prevención y la intervención, sino también para el reclamo de la necesidad de cuidar al que cuida.
- Incorporar más profesionales de la psicología en los dispositivos de atención a personal sanitario.
- Generar espacios de participación en los que los profesionales puedan aportar sus conocimientos para la mejora continua.
A nivel preventivo
- Incorporar formación específica en los itinerarios formativos del personal sanitario.
En la intervención con los que ya están trabajando
- Ofrecer un espacio relacional en el que poder expresar sus emociones y sentimientos, sin temor al juicio externo o la represalia. Grupos específicos según perfiles y talleres psicoeducativos.
- Ofrecer medios profesionales provenientes de la psiquiatría y la psicología que los acompañen.
- Instaurar en los centros de trabajo la cultura del buen trato.